martes, 20 de julio de 2010

Escalé un árbol

Escalé un árbol, escalé el árbol y me atrapó. Momentos después de bajar de él, ya quería volver. Días después ya lo había escalado varias veces. Entre sus ramas encontré diversas formas de apoyarme, de recargarme, de estirarme, de estar de formas diferentes sentado en el mismo árbol. Otras veces también me movía como a través del aire en él, me agarraba de él, me jalaba de él, lo escalaba de espaldas y boca abajo, volaba en el árbol.
Me gusta escalar el árbol, descubrí una relación al tocarlo, una calma al subirlo, aventura al impulsarme, nuevos terrenos al estar en él. Me siento más cerca del horizonte, de todo lo que puedo y lo que nunca podré conocer. No hemos logrado conocer a alguien que con seguridad nos diga que tipo de árbol es, lo más cercano que hemos escuchado es que es un tipo de amate.
Ese árbol es esas hojas casi circulares, con venas naranjas, el tronco con surcos como anillos en cada ciertos centímetros, es el leve olor que percibes al escalarlo, esa accesibilidad al poner tus manos por primera vez en él y tratar de subir los pies. Las ramas curvas que se atraviesan la una a la otra, el color gris, el delgado techo que sus hojas crean, las múltiples ventanas entre ellas, su piso curvo, lineal, delgado, que sube y que baja, que no está en todos lados, sino que en algunos en especifico, y que parece como si siempre se moviera. Recargar mi espalda en una rama, rodear otra con mi brazo, colgar un pie y atorar otro, y sentirme seguro porque se que este árbol está vivo y quiere estar de pie, eso es mi relación con el árbol. Escalé un árbol, llevé un libro conmigo, a veces lo leo, a veces no, pero cada vez, el árbol me atrapó.

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